viernes, 6 de marzo de 2020

8 de enero. La casa de José.


  
Prosigue la mañana del miércoles 8 de enero. Tiempo para descubrir la monumental basílica de la Anunciación, con su balconada central abierta a la gruta y la cúpula cónica en forma de lirio iluminando el templo con los rayos de “el Sol que nace de lo Alto”. Mis pasos se funden con las huellas de María. ¡Cuántas veces con el corazón enamorado se encaminaría hacia la casa de José! La tierra que pisan mis pies es callado testigo de miradas y confidencias, también de ojos cabizbajos y labios gélidos, después del anuncio del Ángel. En aquella cueva, sobre la que se levanta la Iglesia de San José,  sufrió el silencio de Dios ante el Misterio y el gozo, en la noche oscura, del sueño con el ángel. El alma de José busca como la cierva al Amado escondido en la sima de María.  Apenas unos metros distan entre la basílica y la iglesia, pequeña, basilical  con escalera lateral descendiendo hacia el baptisterio, antiguo baño ritual judío, una pequeña vidriera recuerda la muerte de san José, acompañado por Jesús y María. Cerca la imagen de san José con el Niño invita a los peregrinos a sumergirse espiritualmente en las aguas de la vida. Me detengo ante la talla del santo, deposito en ella la pañoleta de los centros Juniors de Montaverner y Alfarrasí. “José te consagro a los monitores, te pido por ellos, llévalos a María y a Jesús”, miro los pies y rezo, “en el comienzo de mi juventud voy hacia ti Jesús”, la Oración Junior, “tu oración, porque fuiste el primero, aquel amanecer, cuando tus pies se encaminaron a Jesús, concebido virginalmente en María. Desde entonces marchaste por el camino que Él te marcó. Esta es mi oración por mis hijos espirituales”.

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