viernes, 6 de marzo de 2020

8 de enero. La Gruta.


 
Es el primer encuentro con la gruta de la Anunciación. Los franciscanos, custodios de Tierra Santa, celebran el rosario a san José, animados por el coro de jóvenes y religiosos. Cantos, textos bíblicos, avemarías, padrenuestros y glorias se suceden en diversos idiomas: hebreo, árabe, italiano, español, inglés, ruso,… “Me felicitarán todas las naciones” cantó María ante Isabel días después de partir de Nazaret hace más de dos mil años. Y la profecía se cumple cada martes. “San Giuseppe” cantan las voces. El icono de San José venerado sobre el altar. Por José a María y por María a José.
El cansancio de quien apenas ha dormido desde el lunes por la tarde vence el cuerpo. Regreso a la Casa Nova. Allí el italiano camina por sus pasillos, escaleras y salas. Fácil imaginarse en el país europeo más similar a España. Y recuerdo a mis amigos italianos de San Giusepe de jato, en Palermo (Sicilia): Giuseppe, Anna y Aurora. La habitación me espera, con su solitarias camas, la mesa, la mesilla y una ventana con su persiana veneciana de madera. La abro. Esta se encuentra en la parte opuesta a la fachada situada frente a la basílica. Es de noche. Los ojos se deslizan entre los edificios de la ciudad, los patios de luces, las puertas y las ventanas iluminadas. Es Nazaret. Sobre las cuevas y calles de la aldea de Jesús conviven cristianos y musulmanes. Escucho el silencio. Observo. Las personas nacen, crecen, se marchan, regresan, mueren, pero el pueblo permanece. Aquí, en este lugar en los primeros años de nuestra era Jesús jugó, trabajó y durmió, aquí Dios comenzó a vivir la vida humana


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