Nazaret,
sencillamente, Nazaret. El pueblo de Jesús. Allí comienza la peregrinación, en
la aldea donde Jesús fue concebido y creció en “sabiduría, edad y gracia ante
Dios y los hombres”. La lluvia nos acompaña. Descendemos en un parking situado
junto a la gasolinera. Y comenzamos a ascender entre las calles, con los
comercios abiertos, los coches transitando, la gente caminando y nuestra mirada
oteando en búsqueda de la iluminada cúpula en forma de lirio. La Casa Nova se
halla situada enfrente de la Basílica de la Anunciación. Es un pequeño y
acogedor hotel, donde se armonizan las centenarias piedras con las paredes y
elementos modernos. El reparto de las llaves electrónicas, la recogida de las
maletas y la subida a la habitación. En el pasillo corretea una pregunta:
“¿cuál es la clave de la red wifi? Es un signo de este tiempo, la necesidad tan
humana de estar conectados con las personas que amamos: nuestras familias, la
natural, la parroquial, la virtual de las redes sociales. La habitación es
pequeña y linda, con dos camas, la mesa, la silla, el cuarto de aseo y una
ventana. Después nos reunimos para cenar, el obispo nos invita a sentarnos cada
vez con unos compañeros diferentes. El miedo a la comida no española se
transforma en alegría: sopa de verduras, diversos tipos de ensalada, carne,
pescado, fruta y picante. Felicidad para los compañeros latinoamericanos. Y
después… la primera visita a la santa gruta. Apenas unos metros hasta la
puerta. Entramos los peregrinos. La iglesia inferior ha crecido desde la casa
de María, la casa de Nazaret, donde desde el siglo I los cristianos hemos
venerado el misterio de la Encarnación del Verbo, la Anunciación. Silencio,
emoción, arrodillados rezamos. Aquí el Verbo se hizo carne. Aquí.
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