viernes, 6 de marzo de 2020

7 de enero. Nazaret.


Nazaret, sencillamente, Nazaret. El pueblo de Jesús. Allí comienza la peregrinación, en la aldea donde Jesús fue concebido y creció en “sabiduría, edad y gracia ante Dios y los hombres”. La lluvia nos acompaña. Descendemos en un parking situado junto a la gasolinera. Y comenzamos a ascender entre las calles, con los comercios abiertos, los coches transitando, la gente caminando y nuestra mirada oteando en búsqueda de la iluminada cúpula en forma de lirio. La Casa Nova se halla situada enfrente de la Basílica de la Anunciación. Es un pequeño y acogedor hotel, donde se armonizan las centenarias piedras con las paredes y elementos modernos. El reparto de las llaves electrónicas, la recogida de las maletas y la subida a la habitación. En el pasillo corretea una pregunta: “¿cuál es la clave de la red wifi? Es un signo de este tiempo, la necesidad tan humana de estar conectados con las personas que amamos: nuestras familias, la natural, la parroquial, la virtual de las redes sociales. La habitación es pequeña y linda, con dos camas, la mesa, la silla, el cuarto de aseo y una ventana. Después nos reunimos para cenar, el obispo nos invita a sentarnos cada vez con unos compañeros diferentes. El miedo a la comida no española se transforma en alegría: sopa de verduras, diversos tipos de ensalada, carne, pescado, fruta y picante. Felicidad para los compañeros latinoamericanos. Y después… la primera visita a la santa gruta. Apenas unos metros hasta la puerta. Entramos los peregrinos. La iglesia inferior ha crecido desde la casa de María, la casa de Nazaret, donde desde el siglo I los cristianos hemos venerado el misterio de la Encarnación del Verbo, la Anunciación. Silencio, emoción, arrodillados rezamos. Aquí el Verbo se hizo carne. Aquí.

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